Ser apóstol de la Cruz
Nací y crecí en una familia cristiana, mis padres me heredaron la fe, el amor a Dios y a María, los valores y el respeto por la vida. Hace ya casi 27 años, que Dios en su infinito amor vino a hacerme una invitación a pertenecer al Apostolado de la Cruz, ahí inicié un camino en el que me fui formando, teniendo un encuentro vivo con Jesús que me llevó a decidir que El sería el centro de mi vida, de mi vocación de esposa y madre, de mis ocupaciones, en una palabra, de toda mi vida.
Recuerdo con cariño a mi animadora de mi pequeña comunidad, ella nos decía…, esta es una gran familia, aquí aprenderán a amar y a recibir el gran amor de Jesús, nunca se sentirán solas y tendrán un gozo en su corazón; serán Apóstoles de la Cruz; y ese concepto al principio no me quedaba muy claro, después me di cuenta de que no es un concepto, sino que es una respuesta al amor de Dios. Es cada día optar y decidir cómo quiero vivir.
Hace algunos años al escuchar esta frase en un retiro “el corazón de Jesús está clavado en tu vida” tome conciencia de que Él siempre me ama, me alienta, me consuela, me sostiene, y se alegra conmigo, y yo vivo así unida con El, bajo su mirada amorosa que me acompaña y me da vida. Y entonces puse todo lo que soy para trabajar en favor del Reino, los dones y cualidades al servicio de los demás, se desarrolló dentro de mí, sin darme cuenta, una fuerza en medio de mi debilidad y de mis limitaciones para anunciar y comunicar el gran amor que hoy me embarga y me sostiene, llevar a tantas personas Su mensaje, el mensaje de la Cruz que nos regaló en Conchita y que es nuestro tesoro, que estamos llamados a hacerlo vida y a ser testimonio vivo de ese amor.
Después vino la invitación donde aprendí a conocer con profundidad a Conchita, ahora la reconozco y la amo como mi madre espiritual, y en cada enseñanza que nos dejó, está la huella indeleble de Jesús que nos invita a ser sus apóstoles. Me he dado a la tarea de darla a conocer, pues he descubierto en ella ese amor tan grande a Jesús, su entrega y su gran amor a las Obras de la Cruz, que lo manifestó a lo largo de su vida. La admiro y le doy las gracias pues su amor se hace presente en nuestro hoy, como una invitación a entregar la vida amando.
Me siento agradecida pues he podido compartir con mi esposo e hijas este tesoro, entregando cada día lo mejor de mí, construyendo una familia, un hogar, una familia espiritual, ofreciendo todo uniéndolo a Jesús, transformando lo sencillo en gracias de salvación.
Y hoy ser Apóstol de la Cruz para mí, es entrega y donación; es decidirte a amar cada día con el corazón de Jesús clavado en tu propio corazón; es ir acompañada siempre de la mano de María; es un sí renovado cada día y en toda circunstancia de la vida; es entregar mi vida poco a poco, en pequeños detalles y en grandes luchas. Es confiar y perseverar en los momentos difíciles, en la enfermedad y en el desaliento. Es arriesgarte a ser un vehículo de su misericordia, llevando la buena nueva. Es honrar el sacerdocio de Cristo en sus sacerdotes, orando y ofreciendo la vida en su favor. Es tener en libertad un gran amor a Dios y un gran amor al prójimo; sacrificar el propio gusto por hacer feliz a los demás; servir, perdonar y vivir con el corazón agradecido. Es dejarte guiar e inundar por el Espíritu
Santo; y tener el valor de renunciar al pecado, para vivir una vida de virtud e ir transformándote en Jesús y caminar cada día hacia la santidad.
Mi vida es sencilla, plena, me siento viva, me siento frágil, no soy nada pues Su amor me sobrepasa, pero sé que mi entrega, mis ocupaciones, mis vocación y detalles de esposa y madre, mi servicio en las Obras de la Cruz, cuando las uno a Jesús, mi Señor, adquieren un valor infinito de salvación.
Agradezco a Dios el haber puesto a tantas personas, que me han enseñado, con paciencia, entrega, generosidad, cariño, con su compañía y ejemplo; pero sobre todo con su testimonio fiel y amoroso, a crecer en esta hermosa obra, para ellos mi cariño, admiración y oración.
Le pido al Espíritu Santo me dé su gracia y siga guiándome en tan hermosa vocación, para corresponder cada día haciendo solo lo que la voluntad amorosa de Dios quiera para mí.
Soy apóstol de la Cruz, vivo en el amor. Bendito sea Dios.
Rosario Zamorano de Castro.