Carlos González Hernández
Comunidad «Caná de Galilea»
Apostolado de la Cruz – Matrimonios
El título de este pequeño artículo me fue sugerido por el padre Carlos Francisco Vera, me dijo: «escribe sobre el tema, lo necesito».
El titulo me suena rimbombante, del mismo nacen cuestionamientos severos, primer asunto a resolver: «soy esposo». Cuando se ha tenido la oportunidad de cursar una carrera universitaria, al finalizarla, la universidad, te otorga un diploma que indica que has cursado una serie de requisitos definidos de una carrera o disciplina, por tanto, eres profesor, ingeniero, doctor, arquitecto, filosofo etc.
Soy esposo; me pregunto si mi esposa me otorgaría ese título, porque de ser, lo sería a la par de ella.
¿Qué es ser esposo?
Según san Pablo escribiendo a los cristianos de Efeso 5, 21-33.
Maridos amen a su esposa, como cristo amo a la iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purifico con el bautismo del agua y de la palabra porque quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada.
Marido es sinónimo de esposo. Para ser esposo, de acuerdo con lo antes señalado, se debería amar en igual sintonía que Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para santificarla.
Quizá he ayudado a santificar a mi esposa, cuando en muchas ocasiones he sido cruz insoportable e insufrible, cuando he antepuesto mis deseos, mis formas de ser, mi poco amor, mis falencias, defectos, carácter, por encima de cualquier aspecto de la relación.
Esa santificación, entiendo, es a la inversa del planteamiento de san Pablo. En Jesús, la santificación que ocasiona a la Iglesia es por su entrega, que fue absoluta, es decir Jesús primero se entregó y como consecuencia, santifica.
Desde esa óptica el «soy esposo» adquiere ribetes de otro tono. Pienso que yo lo he sido a ratos y pocos. Quizá con el paso de los años, el peso de los mismos, apaciguan esas formas de ser y ese carácter, y por docilidad se empieza a ser esposo, compañero, amigo; se va dejando que el amor fluya, de a poco lentamente y espero de forma continua, para que pueda entregar ME y así ayudar a ese ser que Dios puso en mi camino para mi realización, plenitud, felicidad, y así, de esa forma, pueda santificarla.
Pero esa palabra me trae a su vez inquietudes; santificar muchas veces se entiende como soportar con estoicismo un sufrimiento y tornarlo en una bendición en tanto sea entregado al Señor.
Quiero en este artículo, como personal que es, entender que santificar a mi esposa es hacerla feliz, plena, realizada y en camino de santidad, haciendo que cada día tenga su mérito de salvación, y que yo coadyuvo en ese proceso.
Caramba, escribirlo no es lo mismo que vivirlo, porque cada día me levanto con mí yo a cuestas, inmerso en mi mundo de cosas y asuntos que resolver, a pesar de mi edad ya avanzada, no he logrado, creó, ser la persona soñada que Dios diseñó. Pero eso no debe ser un obstáculo, sino el acicate para tratar de serlo, de seguir luchando para llegar a lograrlo y así poderme entregar en forma positiva para santificar a mi esposa por el camino de su plenitud.
Creó me falta mucho, aún me queda mucha entrega por vivir, y no dimensiono cuánto de mí debo entregar para purificarla y resplandezca en su santidad.
Me queda tinta en el tintero padre Carlos, para poder cumplir con lo que definió san Pablo. Pienso que a pesar de haberme preparado un poco para ser esposo, la formación no fue la adecuada, fuimos aprendiendo ella y yo, con grandes tropiezos, con mucha ilusión sí, con grandes deseos de hacer de nuestra vida juntos, de la mano de nuestros hijos, que fueron complementando la creación de este ser familia a lo cual fuimos llamados por ser esposos.
Ser esposo en la lectura social del varón es otra cosa, muy en sintonía con la satisfacción a costa de.
Me queda para desarrollar algunas cosas, solo de este modelo que se plantea en la lectura y ni que decir de ser padre y cristiano comprometido que intitulan este pequeño artículo.
Parte 2
El la purificó con el bautismo del agua y de la palabra porque quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada.
Jesús toma la iniciativa en hacer de su esposa, la Iglesia, algo precioso, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, santa e inmaculada.
Nuestra realidad es bien diferente, ¿nos preparamos para ser esposo? Al menos, en lo personal esa no fue mi preparación, quizá apenas este iniciando, después de cuatro decenios de vida juntos, a contemplar la posibilidad de ver las cosas como Jesús las plantea.
No considero que sea fácil, porque llegamos al matrimonio con expectativas muy diferentes a esas de hacer del ser amado, alguien perfecto y santo. Aun cuando me casé enamorado y confiando en Dios, traía una carga de defectos, falencias, deformaciones, dictados sociales, creencias, heridas, expectativas infundadas, etc. Mi cónyuge a su vez traía otras cargas; ambos esperábamos que el otro nos hiciera feliz, que el otro, fuera esa persona amada que nos complementara.
Con el paso de los años, esas cargas han menguado, permitiendo que las aguas se aquieten, dando paso a realidades diferentes. Dios, a cada paso difícil, nos ha tomado nuestras cruces como el Cireneo, mientras pasábamos el bache.
Además de llegar con esa carga, el matrimonio conlleva obligaciones, del día a día, trabajo, hijos, necesidades a satisfacer, para formar de una casa un hogar.
Así las cosas Jesús, nos purifica, por medio del bautismo (hecho concreto especifico) y la palabra que nos va transformando a través de la vida, cada día un poco.
Esa palabra es vida es alimento, abono que debe ir a la buena tierra. Algo así como el agua que riega la tierra, para que haya vida.
Pero eso conlleva nuestro interés en que esa palabra nos alimente, ideal cada día, al menos una vez a la semana. Lógico pensar que a mayor frecuencia mayor beneficio de la transformación, además de querer ser esa buena tierra.
Es posible lograr la santidad matrimonial, el Papa Francisco canonizó una pareja, es probable que muchas parejas no lleguen a los altares. Leemos que Conchita tuvo muy buenos padres, ella misma fue receptáculo aromático para captar esos aromas de santidad.
Ser esposo, según lo plantea san Pablo, no debe quedarse en un ideal, sino que debe ser un camino, por demás difícil empedrado, sinuoso, cuesta arriba. En ese camino por la bendición de Dios nos transformamos en padres y madres, que es mas allá de lo biológico. Nos volvemos colaboradores de Jesús, en llevar a buen término esa palabra, de hacer hombres y mujeres de bien, en Iglesia en búsqueda de santidad.
Ser padre es toda una realización y motivación en la vida, pero solo con la ayuda de Dios sembramos buena semilla y labramos esa tierra (hijos) para que sea buena, ese es nuestro compromiso, social humano y en lo divino.
También, por no ser perfectos generamos errores, heridas, presentamos defectos que son más formadores que nuestras palabras, pero es parte de nuestro caminar y de nuestro crecer.
El trío de lucha lo formamos: esposa, marido y Jesús. Este último nos deja crecer para que lo imitemos y en ese proceso estamos los tres de la mano, porque la tarea es difícil, pero vale la pena.