Soy esposo, padre y cristiano comprometido.

Carlos González Hernández

Comunidad «Caná de Galilea»

Apostolado de la Cruz – Matrimonios

El título de este pequeño artículo me fue sugerido por el padre Carlos Francisco Vera, me dijo: «escribe sobre el tema, lo necesito».

El titulo me suena rimbombante, del mismo nacen cuestionamientos severos, primer asunto a resolver: «soy esposo». Cuando se ha tenido la oportunidad de cursar una carrera universitaria, al finalizarla, la universidad, te otorga un diploma que indica que has cursado una serie de requisitos definidos de una carrera o disciplina, por tanto, eres profesor, ingeniero, doctor, arquitecto, filosofo etc.

Soy esposo; me pregunto si mi esposa me otorgaría ese título, porque de ser, lo sería a la par de ella.

¿Qué es ser esposo?

Según san Pablo escribiendo a los cristianos de Efeso 5, 21-33.

Maridos amen a su esposa, como cristo amo a la iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purifico con el bautismo del agua y de la palabra porque quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada.

Marido es sinónimo de esposo. Para ser esposo, de acuerdo con lo antes señalado, se debería amar en igual sintonía que Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para santificarla.

Quizá he ayudado a santificar a mi esposa, cuando en muchas ocasiones he sido cruz insoportable e insufrible, cuando he antepuesto mis deseos, mis formas de ser, mi poco amor, mis falencias, defectos, carácter, por encima de cualquier aspecto de la relación.

Esa santificación, entiendo, es a la inversa del planteamiento de san Pablo. En Jesús, la santificación que ocasiona a la Iglesia es por su entrega, que fue absoluta, es decir Jesús primero se entregó y como consecuencia, santifica.

Desde esa óptica el «soy esposo» adquiere ribetes de otro tono. Pienso que yo lo he sido a ratos y pocos. Quizá con el paso de los años, el peso de los mismos, apaciguan esas formas de ser y ese carácter, y por docilidad se empieza a ser esposo, compañero, amigo; se va dejando que el amor fluya, de a poco lentamente y espero de forma continua, para que pueda entregar ME y así ayudar a ese ser que Dios puso en mi camino para mi realización, plenitud, felicidad, y así, de esa forma, pueda santificarla.

Pero esa palabra me trae a su vez inquietudes; santificar muchas veces se entiende como soportar con estoicismo un sufrimiento y tornarlo en una bendición en tanto sea entregado al Señor. 

Quiero en este artículo, como personal que es, entender que santificar a mi esposa es hacerla feliz, plena, realizada y en camino de santidad, haciendo que cada día tenga su mérito de salvación, y que yo coadyuvo en ese proceso.

Caramba, escribirlo no es lo mismo que vivirlo, porque cada día me levanto con mí yo a cuestas, inmerso en mi mundo de cosas y asuntos que resolver, a pesar de mi edad ya avanzada, no he logrado, creó, ser la persona soñada que Dios diseñó. Pero eso no debe ser un obstáculo, sino el acicate para tratar de serlo, de seguir luchando para llegar a lograrlo y así poderme entregar en forma positiva para santificar a mi esposa por el camino de su plenitud.

Creó me falta mucho, aún me queda mucha entrega por vivir, y no dimensiono cuánto de mí debo entregar para purificarla y resplandezca en su santidad.

Me queda tinta en el tintero padre Carlos, para poder cumplir con lo que definió san Pablo. Pienso que a pesar de haberme preparado un poco para ser esposo, la formación no fue la adecuada, fuimos aprendiendo ella y yo, con grandes tropiezos, con mucha ilusión sí, con grandes deseos de hacer de nuestra vida juntos, de la mano de nuestros hijos, que fueron complementando la creación de este ser familia a lo cual fuimos llamados por ser esposos.

Ser esposo en la lectura social del varón es otra cosa, muy en sintonía con la satisfacción a costa de.

Me queda para desarrollar algunas cosas, solo de este modelo que se plantea en la lectura y ni que decir de ser padre y cristiano comprometido que intitulan este pequeño artículo.

 Parte 2

El la purificó con el bautismo del agua y de la palabra porque quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada.

Jesús toma la iniciativa en hacer de su esposa, la Iglesia, algo precioso, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, santa e inmaculada. 

Nuestra realidad es bien diferente, ¿nos preparamos para ser esposo? Al menos, en lo personal esa no fue mi preparación, quizá apenas este iniciando, después de cuatro decenios de vida juntos, a contemplar la posibilidad de ver las cosas como Jesús las plantea.

No considero que sea fácil, porque llegamos al matrimonio con expectativas muy diferentes a esas de hacer del ser amado, alguien perfecto y santo. Aun cuando me casé enamorado y confiando en Dios, traía una carga de defectos, falencias, deformaciones, dictados sociales, creencias, heridas, expectativas infundadas, etc. Mi cónyuge a su vez traía otras cargas; ambos esperábamos que el otro nos hiciera feliz, que el otro, fuera esa persona amada que nos complementara.

Con el paso de los años, esas cargas han menguado, permitiendo que las aguas se aquieten, dando paso a realidades diferentes. Dios, a cada paso difícil, nos ha tomado nuestras cruces como el Cireneo, mientras pasábamos el bache. 

Además de llegar con esa carga, el matrimonio conlleva obligaciones, del día a día, trabajo, hijos, necesidades a satisfacer, para formar de una casa un hogar.  

Así las cosas Jesús, nos purifica, por medio del bautismo (hecho concreto especifico) y  la palabra que nos va transformando a través de la vida, cada día un poco. 

Esa palabra es vida es alimento, abono que debe ir a la buena tierra. Algo así como el agua que riega la tierra, para que haya vida. 

Pero eso conlleva nuestro interés en que esa palabra nos alimente, ideal cada día, al menos una vez a la semana. Lógico pensar que a mayor frecuencia mayor beneficio de la transformación, además de querer ser esa buena tierra.

Es posible lograr la santidad matrimonial, el Papa Francisco canonizó una pareja, es probable que muchas parejas no lleguen a los altares. Leemos que Conchita tuvo muy buenos padres, ella misma fue receptáculo aromático para captar esos aromas de santidad. 

Ser esposo, según lo plantea san Pablo, no debe quedarse en un ideal, sino que debe ser un camino, por demás difícil empedrado, sinuoso, cuesta arriba. En ese camino por la bendición de Dios nos transformamos en padres y madres, que es mas allá de lo biológico. Nos volvemos colaboradores de Jesús, en llevar a buen término esa palabra, de hacer hombres y mujeres de bien,  en Iglesia en búsqueda de santidad.

Ser padre es toda una realización y motivación en la vida, pero solo con la ayuda de Dios sembramos buena semilla y labramos esa tierra (hijos) para que sea buena, ese es nuestro compromiso, social humano y en lo divino.

También, por no ser perfectos generamos errores, heridas, presentamos defectos que son más formadores que nuestras palabras, pero es parte de nuestro caminar y de nuestro crecer.

El trío de lucha lo formamos: esposa, marido y Jesús. Este último nos deja crecer para que lo imitemos y en ese proceso estamos los tres de la mano, porque la tarea es difícil, pero vale la pena.

Testimonio de Amor

Lorena Arce

Si hablamos de un testimonio de Amor, debemos realmente saber lo que es su significado, pues muchas veces usamos este término o simplemente hablamos de amor sin ponernos a reflexionar qué queremos decir, que entendemos por esto.

Un verdadero testimonio de amor no es simplemente un te quiero, te amo, pero no sé si daría todo por ti o por ellos o bien si sería sólo por un tiempo, un amor a un acontecimiento y hasta simplemente a cosas.

El verdadero Testimonio de Amor nos lo da Dios al entregarnos a su Hijo hecho hombre a imagen y semejanza nuestra, menos en el pecado. Para salvarnos y llevarnos a la Vida Eterna

Jesús viene a la tierra, nace, vive, muere con un Amor tan grande que su pasión y Muerte es dolorosa hasta el punto de entregar su vida en la Cruz por toda la humanidad.

Pero esa muerte no queda allí, resucita a los tres días, luego sube a los cielos, dejándonos su Corazón en la Cruz palpitando, vivo y aun sufriendo por los pecados que cometemos.

Si vemos la Cruz del Apostolado, contemplamos ese corazón palpitante en el centro rodeado de espinas que son los pecados que aún cometemos y vemos la cruz chiquita donde están por los que por más sufre, los de sus consagrados. Arriba el Espíritu Santo, fuente de Amor; esta una cruz trinitaria, de gloria de vida, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las personas que hemos sido llamadas a pertenecer a la Espiritualidad de la Cruz, hemos sido llamadas a extender ese Amor, a ser cruces vivas, hostias vivas, para dar testimonio de ese Amor.

En la última cena Jesús nos deja su gran Testimonio de Amor, el Sacramento de la Eucaristía, SU CUERPO, SU SANGRE y dice quien coma y beba de esta tendrá la VIDA ETERNA.

Por esto debemos ser su testimonio, para que otros lo conozcan. Debemos ser testimonio de este amor.

Se nos pide consolar su Corazón, pero ¿cómo? Amándolo, pero no podemos amar ni consolar a quién no conocemos, por esta razón debemos conocerlo en su Palabra, sus virtudes, su ejemplo de vida y consumir su Cuerpo y su Sangre. Así será un testimonio con un Amor de Pureza y Sacrificio.

Cuando María dijo ese Sí al Ángel fue lleno de Amor del Espíritu Santo. ¿Cuándo a nosotros se nos llama, decimos un sí tan específico? Creo que tuvimos que pasar por un pensar, entender y descubrir.

Recuerdo cuando yo, sin saber nada de esta espiritualidad y estando en el hospital después de una operación de cáncer, llegó el Nuncio Apostólico a quien yo no conocía, con mi cuñado, y me entregó la reliquia de Conchita, contándome algo de ella y de unas monjitas. Yo no puse mucha atención, pero la guardé. Un tiempo después una amiga me invita a una reunión donde unas religiosas en Heredia, que estaban juntándose para fundar algo de lo que ella tampoco entendía muy bien, pero me hablo bellezas del lugar.

Acepté y la acompañé, en el camino lo sentía muy lejos, yo tenía mucho que trabajar y hacer, y me decía a mí misma, yo hoy vengo, pero creo que no volveré.

Al entrar al salón donde hoy es el comedor, me quedé impresionada del retrato que estaba ahí, era el mismo de mi reliquia. Luego, cuando fui al Santísimo me impresionó muchísimo, pensé, ¿será que aquí me quiere Dios?, pero aun así era muy lejos para mí, y pensaba además asistir ¡¡¡una vez al mes. !!!!

Pasó el día sin darme cuenta, se pasó el mes, y bueno, fui de nuevo y así seguí hasta tomar mi primer compromiso en la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús; con gran amor y entusiasmo. Se fundó esta Obra, y no me he arrepentido nunca de pertenecer a ella. Es mi vocación, cada vez aprendo más hasta el día de hoy.

¿Cuánto me falta? Muchísimo. No es fácil, caigo, me levanto. La vida sigue con sus alegrías y sufrimientos, pero queriendo siempre luchar amando cada vez más a Nuestro Señor, conociéndolo y amando también la Obra a la cual pertenezco, pues es mi vocación.

Si Dios me dio este gran Testimonio de Amor y me lo sigue dando a pesar de mis defectos, de mis olvidos y faltas diarias debo seguir luchando en lo que me ha pedido, consolándolo, pidiendo perdón, igual que Él me perdona, tratando siempre de agradecer ese gran TESTIMONIO DE AMOR y darlo a conocer a todos mis hermanos sin distinción. Hoy tengo una familia de sangre que quiero mucho, y una espiritual muy grande que me ha ensanchado el corazón.

Una espiritualidad que me ha enseñado a Amar, a desprenderme y seguir amando, y que el centro de ese Amor debe ser siempre Dios. Este es el modelo que nuestra madre Conchita nos enseña con su saber vivir en los diferentes estados de vida que nos ha tocado. Debemos dejarnos hacer y abrir el corazón a ese Espíritu Santo que nos lleva al AMOR.

Centrarme en Cristo

Silvia Orúe Rivera

Microsoft Word – Pagina web Ap. de la Cruz Centrarme en Cristo.docx

Al pronunciar suavemente, una y otra vez, éstas palabras, que han sido bálsamo de Dios para mis oídos y mientras contemplo el crucifijo y penetro en los misterios de la cruz, doy por terminada mi incansable búsqueda hacia el camino del amor y de la paz, sintiendo a Jesús vivo y presente mientras le contemplo, así como una sensación de bienestar que inunda mi alma. Todo está calmo. Pues como Jesús mismo lo ha dicho: Él es el camino, la verdad y la vida. ¿A quién iré, si solo Él tiene

palabras de vida eterna? A ningún otro lugar querría, sino más bien a arrojarme con fuerza entre sus brazos para que mi alma descanse en paz; como bien lo dijo San Agustín.

Descubro entonces, que me ha faltado fuerza y determinación para seguir a Jesús y declararlo realmente, dueño y Señor de mi vida; pues si así lo fuere; no me hubiera pasado la mayor parte de mi existencia, recorriendo caminos de rosas y espinas, atravesando ríos y montañas, mares y tormentas, desiertos y nevadas; sin poder dar un sentido salvífico a la experiencia, dolor-amor. Sin que mis pasos tambaleantes borraran mis propias huellas y sin poder dejar impresas en la arena las huellas de Jesús. En fin; sin poder adherirme a Él, sin poder dar buen fruto y estando lejos de llegar a buen puerto

Sintiéndome abandonada a la suerte por un Dios que no abandona, olvidada por un Dios que me lleva tatuada en la palma de sus manos, despreciada por un Dios que siempre sale a mi encuentro , desatendida por un Dios, que me ha cargado en sus brazos cuando me he quedado sin fuerzas y ha hecho más llevadero mi yugo; me percato arrepentida ; de que no ha sido Él, tristemente, ni mi centro ni mi razón de ser. Sino yo, mi propio centro. Mis pensamientos, mis ocupaciones, mi manera de querer arreglar y controlar lo que sucede a mi alrededor y en especial mi mente dispersa, mi peor enemiga. Mi aguijón, aquel que me recuerda de donde he salido y de qué barro fui hecha.

Así como la siguiente anécdota que les comparto, descubro hoy; me he pasado toda la vida, tratando de buscar la manera de despertar y permanecer realmente presente en el tiempo y en el espacio; en lugar de buscar la manera de permanecer unida Dios; creador de la vida y de la historia; el único que puede llevar nuestra vida a buen fin. Nuestro médico por excelencia; nuestra medicina. Quién mejor que Él, para encargarse de nuestros asuntos ayudarnos a solucionar aquello que sobrepasa nuestras fuerzas y entendimiento. Pues como nos lo ha dicho en su palabra: «En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están todos contados». (Mt 10, 30).

En cierta ocasión, mientras sacaba el carro de la cochera, para dirigirme al trabajo y luego de haber cerrado el portón con candado para marcharme, me volteé para subirme al carro de nuevo. ¿Cuál fue mi sorpresa? Observé que ya no estaba. Supuse, que se lo habían robado, justo allí, casi frente a mis ojos. Desesperada miré hacia los lados y no había rastro de él. No resignada aún por la perdida, me volteé de nuevo para entrar a la casa en busca de ayuda. En ese mismo instante me percaté, de que no había sacado el

carro, pues estaba allí dentro y permanecía con el motor encendido; tal y como lo había dejado.

Experiencias como éstas han ido marcando y afectando no solo mi mundo exterior sino también mi vida espiritual; pues lograr hacer silencio interior, poner atención en misa, escudriñar las escrituras, avanzar en mi castillo interior y terminar lo que comienzo; se convierte en todo un reto para mí.

Sin embargo, considero que para todos nosotros los seres humanos; descubrir esas nuestras miserias y estar cada vez más conscientes de nuestras limitaciones, nos abre una gama de posibilidades de crecer y transformarnos con la ayuda de Dios. Depositar ese nuestro aguijón en la manos de Jesús; ya sea ; un dolor físico o emocional, una pérdida, una debilidad, un sueño inalcanzable, un conflicto u otro; que los mantiene tullidos; puede ser motivo de esperanza, permitiéndonos continuar con alegría en medio de los torbellinos que se nos presentan, de manera que nuestras vida no se detenga mientras perdemos el tiempo tratando de arrancar con fuerza , nuestro propio aguijón. Sea Dios entonces quien se encargue y lo saque si es su voluntad pues el prometió que cada vez que lo invocáramos vendría en nuestro auxilio.

Gracias Dios por permitirnos ver más allá; por estar siempre allí para nosotros abriendo puertas donde no las hay. Ayúdanos a centrar nuestra vida siempre en ti y no en aquello que nos aqueja, para que podamos irradiar tu luz y tu esperanza. A aceptar y ofrecer las pequeñas cruces de la vida con paz y confianza; sabiendo que Tú harás y que todo lo permites para el bien de los que te amamos.

Mi Vida en Comunidad

Gissella Camacho Rodríguez

¿Cómo no responder al llamado de una madre quien te ama y desea que encuentres el camino que te lleva a Jesús? Mi mamá, Carmen Rodríguez, mujer enamorada del Apostolado de la Cruz, nos insistió a mi hermana y a mi participáramos en un retiro espiritual en la casa de las Hermanas de la Cruz ubicado en Los Ángeles de San Rafael de Heredia.

Este retiro llevaba el nombre de «La Eucaristía». Fue ahí donde mi corazón palpitó y sentí un llamado muy profundo que aún no entendía hacia donde me llevaba. Fue ahí, en ese bello lugar rodeado de una exuberante naturaleza donde se respira mucha paz y armonía, donde se nos acerca una de las coordinadoras invitándonos a formar parte de una nueva comunidad que ella quería iniciar en esa localidad. Con un poco de inseguridad acepté tal invitación.

Y, ¿cómo se llamó esa mi primera comunidad? «La Eucaristía», mismo nombre que llevó el retiro espiritual. Esa fue mi primera experiencia como miembro de una comunidad del Apostolado de la Cruz. Aquí inicia mi proceso de aprendizaje en la formación de una nueva vida espiritual, que yo había escuchado a mi mamá hablar, pero, que yo me decía que eso no era para mí.

Hubo muchos momentos en que dude si quería continuar en este caminar donde se nos hablaba del amor a la cruz y ofrecer el dolor con amor. ¿Qué me motivó a continuar y perseverar en esta comunidad?

Creo que hay muchos elementos importantes que uno como miembro de una comunidad nos ayudan a ser perseverantes y comprender y darle sentido a esta nueva forma de vivir nuestras vidas. Aprendí a distinguir entre llevar una religiosidad a mano de una espiritualidad en unión con un grupo de personas que forman parte de una nueva familia, que, tomados de la mano de Jesús, nos fuimos transformando en seres humanos mas maduros en la fe, y fuimos moldeando nuestras vidas con un objetivo mas definido en cuanto a la pregunta de porqué o para qué estamos en este mundo.

Después de esta comunidad que duró aproximadamente 8 años, pasé a ser coordinadora de otras dos comunidades. El pasar a ser coordinadora mi crecimiento se fortaleció aún más, con una gran satisfacción de poder llevar a otras personas todas aquellas enseñanzas que había recibido por tantos años. El sentir que podría ayudar a otras personas a encontrar este camino espiritual, que claramente nos guía hacia Jesús, y poner nuestro grano de arena en la extensión de su reino, vino a llenar

mi vida de una gran felicidad, pues ya mi vida tenía el rumbo que le daba un verdadero sentido a mi cotidiano vivir. Sin salirme de ser una simple mujer, esposa, madre de cuatro hijos y profesional. Pude llevar esta vida en comunidad y comprender que podía llevar a cabo todos mis roles de mujer, y a la vez con la luz del Espíritu Santo y de la mano de nuestra Madre María, comprender la misión que el Señor me pide como su hija: ayudar a salvar almas, tal y como nuestra madre Conchita nos enseña en sus escritos, hacer vida el evangelio de Cristo imitando su actitud y viviendo: la donación, la entrega desinteresada a los demás, la solidaridad, la caridad, el respeto, la corrección fraterna entre los miembros de la comunidad. Así podremos lograr esa ofrenda continua agradable a muestro Padre Dios, en busca del beneficio desinteresado a los demás, nuestra propia santificación y la salvación de nuestros hermanos. De ahí nuestro bello y significativo lema: JESUS SALVADOR DE LOS HOMBRES, SALVALOS, SALVALOS.

VIVIR EN TIEMPO DE PANDEMIA

Por Margarita Garbanzo Guy 

“Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra”.  2 Crónicas 7:14. Ese era el mensaje que se escuchaba desde muchos púlpitos y círculos religiosos cerca a Nueva Orleans, Louisiana, después de sufrir el pase del devastador Huracán Katrina en el verano del 2005. Los sacerdotes y pastores querían hacer un llamado a ‘despertar’ y ver la realidad moral que sufría la ciudad, el estado, el país, el mundo.   

Mi esposo y yo vivíamos en los alrededores y por lo tanto fuimos una de las miles de familias que tuvimos que evacuar sin saber cuándo o a que íbamos a regresar.   ¿Tendríamos casa, clínica, calles, supermercados, iglesias? Mientras estábamos fuera de la ciudad nos llamaban ‘refugiados’.  Teníamos ciertos derechos en los medios estatales y comunitarios y por eso mi hija y yo fuimos a recoger de lo que regalaban. Gracias a la generosidad de muchas iglesias obtuvimos todo lo necesario para amueblar una casa que habíamos alquilado, porque en los primeros días de haber evacuado las autoridades decían que tardaríamos seis meses en regresar. Debido a la escasez de médicos, (porque algunos se habían ‘refugiado’ en otros estados) a mi esposo le ofrecieron la oportunidad de trabajo en el centro médico de la ciudad donde estábamos refugiados, como médico en sala de emergencias. Sin embargo,  decidimos regresar pues queríamos ser parte de la recuperación de una ciudad que había quedado destrozada, a la que amábamos, donde estaban sus pacientes y enfermeras; todos sufriendo las devastadoras consecuencias que dejo un huracán de categoría 5. Esa experiencia me dio una gran lección y me equipó para confrontar dificultades fuera de mi control… al menos así creía yo.   

Me transporto ahora a marzo 2020 y ya viviendo en Costa Rica.   Se escuchan ecos de una pandemia que proviene de China pero que ataca a nuestra comunidad, a nuestro país, al continente, al mundo. Se sabe de un caso que llega a Costa Rica de Nueva York y otro de Panamá.  Inmediatamente recurrí al baúl de la experiencia de Katrina y en mis adentros dije: ¡No hay problema! ¡Nosotros ya hemos pasado una situación parecida!  ¡Esta no será muy diferente!  Tomaremos las medidas necesarias y en poco tiempo volveremos a la normalidad.   

Todos los días escuchaba al ministro de salud dar su reporte y con todo entusiasmo pedir a los costarricenses que fuéramos respetuosos con los adultos mayores, que fuéramos solidarios, que por favor no saliéramos de las casas, que mantuviéramos la distancia.  Recuerdo esa primera Semana Santa como si fuera hoy. Mi esposo y yo salimos a la calle principal que pasa al frente y estaba desierta, completamente vacía.  Me sentí como el protagonista de la película El Pianista, en la escena en que él logra brincar la muralla del ghetto donde estaba escondido y ve lo que una vez fue su barrio, ahora completamente solo, en medio de escombros; escena macabra de lo que tuvo vida y ahora es silencio, destrucción y muerte.  De la misma forma en ese momento, con la mirada viendo hacia el sol poniente, frente a la carretera vía Heredia-Alajuela completamente vacía, sentí soledad.  Era Viernes Santo, no se escuchaba ni un ruido, no había signos de vida alrededor, excepto por el ladrido de un perro a la distancia que me recordaba que no estaba viendo una película, que esto era San Joaquín de Flores, que estábamos en medio del primer martillazo, que teníamos a Covid 19 sobre nosotros como una nube negra.  

Empezaron los cierres: primero las escuelas, los bares, los clubes, los casinos; el acceso al país quedo limitado a los residentes causando un impacto directo a la industria del turismo. A varias semanas del primer caso el ministro de salud y el presidente de la República dieron dos anuncios, como medida de prevención, anuncios que retaron mi confianza y fe: “todos los residentes y refugiados perderán su estado migratorio si salen del país, cualquiera que sea la razón”.  Y el segundo: “se cierran los templos y todos los servicios religiosos quedan cancelados”.  En otras palabras, no podíamos regresar a Estados Unidos, aunque mi esposo americano necesitara cuidados médicos, y no podíamos recibir el consuelo espiritual para nuestras almas yendo a hacer una visita al santísimo, asistiendo a la misa o reuniéndonos con la comunidad a la que pertenecíamos: el Apostolado de la Cruz.   

¿Qué quieres de mi ahora Señor? Le pregunté.  Tuvimos que aprender a ver la misa diaria y dominical en YouTube, conformarnos con rezar la comunión espiritual en lugar de recibir el cuerpo y sangre de Cristo, aprender a usar plataformas de comunicación: Zoom ahora no era algo que hacías con tu cámara cuando querías tomar una foto, Classroom no era donde íbamos a sentarnos en pupitres para recibir lecciones, WhatsApp se convirtió en el mejor amigo entre los amigos y emojis  eran la única forma de expresar lo que una vez fue un caluroso  abrazo entre seres queridos.  Los nietos, los hijos, padres, madres, ¿cuándo los vamos a volver ver?  Empezamos a sufrir la falta de calor de la familia, la falta de roce personal, la falta de gozarnos con las sonrisas de nuestros seres queridos porque teníamos que usar mascarillas, eso cuando teníamos la suerte de visitarlos manteniendo la distancia y los protocolos requeridos.  Y mientras tanto, desesperadamente buscábamos medios de consuelo espiritual viendo una misa virtual, familiarizándonos con sacerdotes que nunca habíamos visto antes y hasta viendo al  Papa Francisco ofreciendo las misas diarias por diferentes intensiones que afectaban al mundo. Por otro lado, el gobierno de los Estados Unidos en una guerra interna de poderes, en un caos divisorio de política, de votos.  ¡Y mi alma sedienta del Señor!  

Gracias infinitas a Dios los Misioneros del Espíritu Santo vinieron a nuestro rescate y a saciar las almas que se secaban en el desierto del distanciamiento y la soledad.  En un año (2020) ofrecieron cuatro programas por la plataforma Classroom y los Ejercicios Espirituales impartidos por el Padre Carlos Francisco Vera Soto, MSpS. Además, El Apostolado de la Cruz también ofreció eventos que nos mantuvieron unidos, sumando a esto las reuniones de las pequeñas comunidades que se continuaron semanalmente.    Descubrimos otro mundo. ¡Se nos abrió el cielo!  Gracias al internet los cursos impartidos por los Misioneros podían ser recibidos por cientos de personas. Podíamos ver en las pantallas del celular o computadora las caritas de miembros del Apostolado en Perú, República Dominicana, México, y a mi amiga María Elena en Nueva Orleans. ¡¡Nos engordamos espiritualmente!!  Y hasta en uno de esos cursos virtuales vimos un trencito lleno de gente linda que nos animaban antes de cada clase.  

Hoy no soy la misma. Junto con mi esposo y mi comunidad hemos crecido mucho. Las raíces espirituales han tomado más fuerzas, el tronco es más frondoso, las ramas están más extendidas y se ven floreciendo nuevos frutos.   Durante esta pandemia El Espíritu Santo se ha movido en nuestras almas y en el Apostolado de la Cruz, impulsando un nuevo fervor, un movimiento interno, un crecimiento enorme, derramando un caudal de dones y virtudes al forzarnos a buscar, al forzarnos a crecer, al forzarnos a doblar rodilla y hacer reales estas palabras: “Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra”. 2 Crónicas 7:14.   

Qué es para mí el Apostolado de la Cruz?

Para responder esta interrogante, debo mirar atrás, ordenar mi mente, mis recuerdos y mi memoria. Estamos en el año 1998, por ahí del mes de setiembre y se le ocurre a mi hermana Olga, invitarme a un retiro de iniciación para ingresar al Apostolado de la Cruz. Me dice: “vaya, si le gusta, bueno. Y si no, nada pasa”. Invite a Ligia, una amiga y nos fuimos. Y adivinen qué? A las dos nos gustó y aceptamos continuar.

 A finales del mes de octubre, nos invitaron a un Kerigma, requisito para poder ingresar en ese momento. Revisando ese primer cuaderno, que todavía conservo con gran estima, por el impacto que causó en mi espíritu, me da datos más precisos:  se realizó durante dos días, el 31 de octubre y el 1º de noviembre de 1998 y fue impartido por el entonces asesor del Apostolado de la Cruz, padre Rodolfo García Flores MSpS. Recorro las páginas de ese cuaderno y veo los grandes titulares: El amor de Dios, el pecado y sus consecuencias, Jesús solución de Dios, el Señorío de Jesús, la Promesa del Padre, Nuevo Pentecostés y otros más. Hermosos temas y extraordinaria presentación del padre Rodolfo. Salí de ese Kerigma consciente de ser hija de Dios y decidida a abrirme a su Amor. La experiencia del Nuevo Pentecostés, fue única, irrepetible y puedo afirmar que ahí volví a recibir la efusión del Espíritu Santo. A la salida de ese Kerigma, llegaron a recibirnos las hermanas que ya formaban parte del Apostolado y nos invitaron a organizarnos en grupos, por cercanía geográfica. A mí y a Ligia nos incluyeron en el de Concepción de San Rafael y San Isidro; se nos unieron Edwin, Felicia, Yolanda, Clemencia, María y Carolina, en total 8 y fuimos acompañados por Anita Villaverde durante varios meses. Luego nombramos coordinadora del grupo y así seguimos caminando y creciendo.

Ese camino fue hermoso, primero la oportunidad de la reunión semanal de comunidad, donde fuimos aprendiendo de Dios, a ser hermanos y a proyectarnos a nuestro prójimo. Esto se complementaba con los retiros espirituales mensuales, con Ejercicios Espirituales anuales, con dirección espiritual, con Peregrinación anual donde nuestra Patrona: la Virgen de los Ángeles y con celebraciones propias de las Obras de la Cruz. Recuerdo también que hacíamos “Tardes de Reflexión” para atraer nuevos miembros a la Obra.

Por Estatutos de la Obra, le corresponde a los Misioneros del Espíritu Santo pastorear las ovejas del Apostolado de la Cruz y ahí Dios se ha lucido con Costa Rica. Desde México, país donde nació esta Obra y que fundó la mexicana, laica, esposa, madre, viuda, mística y apóstol : Beata Concepción Cabrera de Armida, nos han enviado Misioneros del Espíritu Santo, para que asesoren la Obra en nuestro país. Todos han sido de gran bendición y de cada uno podría contar sus aportes y muchas experiencias, que por asunto de espacio me limitaré a mencionarlos: Rodolfo García (qdDg), Rafael Moctezuma (qdDg), Manolo Rubín de Celis (qdDg), Eugenio Casas, Eduardo Suanzes, Emilio Suburbie, Eduardo Sarre y el más reciente Carlos Francisco Vera. ¡A todos de verdad, muchísimas gracias!

 El padre Carlos Vera, el actual asesor, ha venido a darle un nuevo aire al Apostolado de la Cruz en Costa Rica y justamente en marzo pasado, inició un nuevo proceso de formación, unificó nuestro caminar, que lleva una meta a tres años plazo : “ formarse para formar”. 

Esa es nuestra fe y nuestra esperanza, que en poco tiempo Costa Rica tenga muchos apóstoles de la Cruz, que sigan reproduciendo la semilla que nuestra madre espiritual Conchita sembró con mucho amor y sacrificio. En este año 2021 se abrieron 7 grupos nuevos, además de los 21 ya existentes por todo el país. Se da la posibilidad de presencial o virtual.

Para ir concluyendo quiero compartir lo que el Apostolado de la Cruz, durante 23 años que he perseverado, ha dejado en mí: me acercó a Jesús para conocerlo más, me impulsó a leer y meditar las Sagradas Escrituras y seguir a Jesús sacerdote y víctima, a buscarlo en la Adoración, a hacer silencio para encontrarme con Él, a darle a la oración el lugar que debe ocupar en mi vida, a amar la Eucaristía, pero sobre todo a luchar para que haya congruencia en mi vida, entre lo que creo y lo que soy, ello lleva implícito al prójimo.

La Espiritualidad de la Cruz, que es la que vivimos en esta Obra, tiene su acento en lo sacerdotal, nuestro ofrecimiento diario es por el mundo, la Iglesia, pero especialmente por los sacerdotes.

Amo al Apostolado de la Cruz y le doy infinitas gracias a Dios por haberme llamado a esta espiritualidad.

¡ Jesús Salvador de los hombres, Sálvalos, Sálvalos!

Escrito por: Liliana Quesada Yannarella.

Apostolado de la Cruz de Costa Rica.

Hacer duelo…

Melania Ortega Vindas

Mi testimonio

Hace 35 años tuve la experiencia más dura y triste de mi vida con la muerte de mi hijo. Quizás con los años que han pasado me he hecho más fuerte , pues he tenido la oportunidad de trabajar desde diferentes ángulos en mi vida espiritual.

 Nací en la costa Pacífica (de Costa Rica) y crecí ahí , luego, viví un tiempo en Heredia, otro en San José, y luego terminé mi primaria en Puntarenas. Cuando iba a entrar a la secundaria , me mandaron a vivir a Heredia con una hermana de mi madre que no tenía hijos; a los tres años de estar viviendo ahí, conocí a un joven herediano y me enamoré de él. Teníamos amigos comunes y coincidimos en la Universidad de Costa Rica donde estudiamos los dos. Tuve un largo noviazgo de 7 años con ese joven herediano; empezamos a ser novios en el baile de celebración de mis quince años. Él empezó la Universidad al año siguiente; fue un noviazgo de altos y bajos. Mi familia económicamente era menos fuerte que la de él. Sin embargo, resultamos ser parientes, frecuentábamos muchos amigos en común. Nos casamos cuando él tenía un año de trabajar como Ingeniero Mecánico en una empresa familiar; él tenía 24 años y yo 22; yo me gradué ese año de Maestra de preescolar. Tuvimos cinco hijos, tres mujeres y dos hombres. Siempre deseé ser mamá y Dios me concedió este gran deseo. Fue una gran alegría, cuando nació mi hija mayor, fue la primera nieta en las dos familias. Luego nuestra segunda hija tan inquieta que me acuerdo que comenzó a caminar a los siete meses. Y la tercera también, muy dulce, querendona y más tranquila, todas creciendo y haciéndonos muy felices. Mi esposo y yo deseábamos tener al menos cuatro hijos. Nuestra casa estaba llena de risas y de la alegría que dan los niños, y nosotros, muy ocupados cuidándolas mucho. Nuestra hija mayor nos ayudaba mucho y entre ellas jugaban mucho juntas. Nos animamos a pedir nuestro cuarto hijo, y para nuestra sorpresa nació el varón . Se llamó como mi marido, como el abuelo paterno y como el abuelo materno. Ese día fue de mucha alegría, tanto en la clínica donde lo tuve, como en ambas familias, ¡un día inolvidable! Apenas a los siete meses de haber nacido mi hijo varón quedé embarazada otra vez; ¡fue un susto!, yo esperaba a que el menor creciera, y por lo menos, tuvieran tres años de diferencia, como con los otros niños. Fue una gran sorpresa, por un embarazo tan rápido; es de las cosas maravillosas que me han pasado. Pienso que los hijos siempre son una bendición. Así que nos preparamos todos para la llegada de nuestro quinto hijo con mucha ilusión. 

¡Nació un varón! fue una alegría enorme ya que las tres hermanitas se acompañaban muy bien y ahora los dos varones también. 

Un día lluvioso de mayo, mientras le daba de mamar al más pequeño que tenía 40 días, mi niño mayor tuvo un accidente; descuidado momentáneamente por la muchacha que me lo cuidaba, murió. Tenía año y medio. Hacer este relato, me ha costado mucho sufrimiento, nunca había escrito acerca de este acontecimiento; lo hago por encargo de un sacerdote, quien cree que mi experiencia puede consolar a otras madres que han vivido experiencias como la mía. Quizás lo más difícil de ese día fue la lucha de desprenderme de nuestro hijo muerto; cuando el médico pediatra, amigo nuestro,  me lo quitó de los brazos, para poder seguir con los papeles legales de la defunción, me sentí como perdida, ¡me sentí como loca!; hay momentos que no recuerdo bien de la angustia que viví. 

Al día siguiente fue el funeral, fue muy difícil; lo velamos en nuestra casa, mi marido fue más fuerte que yo, él hizo todo lo que debía de hacer; mis hijas lloraron mucho, al igual que las abuelas y los tíos; fue realmente doloroso. Yo no sabía dónde estaba me sentía como un robot. Pasaron los nueve días, llena de visitas de gente que nos conocía, y nos quería, ¡fue muy conmovedor! Sin embargo, yo lloraba mucho, continuamente, y no recuerdo muchos detalles de esos meses. Recuerdo que le daba de mamar a mi bebé y que los ratos que pasaba con él eran mi fuerza. Luego sucedió algo que fue como un llamado a la cordura, así lo sentí, pues me hizo reaccionar, como debía: como a los seis meses de la muerte trágica de mi pequeño, mi segunda hija, que tenía 7 años y estaba en primer grado, después de llegar de escuela, se acercó a mi cama, donde yo estaba llorando, y me dijo brava y con autoridad: «mire mami ¡ya estoy cansada de verla llorar!, ¡vea a ver qué hace!, a usted se le murió un hijo y le quedan cuatro»,  y con su pequeña mano ¡enumeró que eran cuatro! ¡Me levante como un resorte! Y… ¡dejé de llorar! Fue como si me pusieran un cachiflín en el trasero; me levanté, y traté de no llorar, al menos donde ellos me vieran. 

De aquí en adelante no recuerdo muchos detalles, silencios largos con mi marido, ¡era como una guerra fría! Con mis hijos tratando de salir adelante, cuidando mucho a mi pequeño para que no le pasara nada; mis hijas también lo sobre protegían, fueron años duros y tiempo pasado que, al recordar, para mí, es muy fuerte, pues debía cumplir con todas mis obligaciones, cuidar de mis niñas, y de mi bebé, que crecía muy alegre y desenvuelto, gracias a Dios. 

Hoy por hoy mis hijas, son mujeres fuertes, muy buenas, profesionistas y amigas maravillosas. Mi hijo menor tiene ya 35 años y también es profesionista, buen hijo, trabajador y amoroso con todos. 

Hoy reflexiono y pienso que fui más mamá que esposa. Siento que mi matrimonio giro en el eje de la paternidad/maternidad más que en el esponsal. Mi marido sufrió tanto como todos. Él es más reservado con sus sentimientos, introvertido, pero siempre pendiente de todos, con autoridad, a veces muy recio, pero con un gran corazón. Nunca nos ha faltado nada, siempre nos sentamos a una mesa con comida, mis hijos fueron muy aplicados en sus estudios. Cada uno estudió la carrera que quería, una es médico, otra ingeniero, otra relacionista pública, especialista en eventos, y el menor también ingeniero. Cabe la pregunta: ¿qué he aprendido después de tanto sufrimiento?, primero que la vida puede cambiar en un momento. Nadie nos explica qué hacer, cómo proceder para que los niños mayores no sufran, y el menor que nació en una casa llena de alegría, creció en una casa de duelo sin su hermanito del que hablaban y no conoció. Y ¿quién tuvo la culpa? Yo que me confié, pensé que la empleada lo cuidaría y le daría la atención que un niño de esa edad necesita; también, mi niña pequeña, por varios años tuvo un sentimiento de culpa, tuvo que enfrentar su tratamiento psicológico, y logramos que se librara del peso que sentía . Toda la familia fue afectada psicológicamente y cada uno luchó por salir adelante. ¡No estuvimos solos! Las abuelitas, con su fe y confianza en Dios ¡nos ayudaron! Los tíos también, el amor de las dos familias se desbordó, para aceptar la voluntad de Dios. También tuvimos amigos buenos que nos hablaban y nos ayudaron con mucho amor. La palabra clave para recuperarnos fue el Amor. Lo que más me ha costado, ha sido la relación con mi marido. Tuve mucha ira, ataques de celos, inseguridades. Él se enfiestaba, con sus amigos y amigas , eso le ayudaba quizás olvidar y a mantener su equilibrio, yo seguía sin entender y aceptar muchas cosas. Nuestra relación tuvo, aun así, momentos que él propiciaba, donde planeamos compartir juntos como pareja o con los niños en diferentes etapas de la vida. Viajamos solos y con los niños, llenos de ilusión, celebrando sus cumpleaños; teníamos nuestros paseos familiares, que aún hoy recordamos con mucho cariño. Ahora que reflexiono, puedo asegurar que hemos sido una familia muy bendecida y llena de cariño. He de confesar que con los años siempre tenía pensamientos de culpa, en medio de mis responsabilidades, tratando de que mis cuatro hijos crecieran sanos de cuerpo, de espíritu y felices. Como todas las familias, hemos tenido nuestros problemas, pero considero que la gran bendición es que ambos, mi marido y yo, crecimos educados en la fe. Mi madre ha sido un ángel lleno de luz en mi vida, además de una gran amiga, quien con sus sabios consejos me ayudó mucho a alinearme y ubicarme donde debía. Y ¿qué pasó para poder superar mi dolor y el vacío que esto trajo a mi vida? ¡Me congregue! ¡Busque a Dios! Pasé por varias búsquedas, sobre todo para encontrar respuestas a mis preguntas. También tuve una temporada en la que me enfiesté, y empecé a salir con amigas. Eso no duró mucho, mi mamá me jaló las orejas, pues no era un buen ejemplo para mis hijos. Tuve varios tratamientos psicológicos, que me ayudaron a comprender algunas cosas, hasta que llegué ¡a las obras de la Cruz! Mi preparación cristiana y católica desde mi adolescencia, fue importante; realicé encuentros de promoción juvenil, de casada hice la jornada, ayudaba en diferentes actividades. Cuando me casé me retiré un poco, de la vida de la Iglesia, pensando en mis deberes de esposa, madre y la parte social. Es importante reconocer que tenemos nuestro camino escrito de la mano de Dios , desde que somos bautizados. Sin embargo, siempre tenía esa gran angustia que me provocaba ser tan iracunda. Yo sabía que eso no era de Dios. Llegué a ser violenta y agresora, y por cosas de la vida (o de Dios), recibí un curso enviado por la Corte de Justicia, amparando a la ley de violencia doméstica que se llamó: «Crecimiento personal y autoestima», fue un curso grupal. Ahí comprendí muchas cosas de mí misma. Al congregarme y recibir los cursos que impartían los Misioneros del Espíritu Santo, recibirlos, aprender sobre la Biblia, las cartas Paulinas, y sobre todo, conocer de Conchita, quien era una laica, muy sabia quien también pasó por la muerte de sus hijos y más bien se volvió más santa, me llenó de ilusión y mucha esperanza. 

Cuando aprendí la consagración al Espíritu Santo, entendí la importancia de la transformación que Jesús hizo en mi vida, también ingresé a mi comunidad donde desde hace casi catorce años tengo un grupo de hermanas maravillosas, que nos apoyamos unas a otras en las diferentes etapas de nuestra vida. 

¿Qué podemos hacer ante un duelo? Primero hablar con los seres más queridos sobre los sentimientos y emociones que surgen de nuestro corazón quebrantado. Analizar ¿para qué pasan estas cosas?, quizás tengamos respuestas sorprendentes, de nosotros mismos, y no preguntemos ¿por qué? Aceptar la voluntad de Dios con paz y desapegándonos de todo eso que no es de Dios. Esto es fácil decirlo pero, difícil sobreponerse y salir adelante, como si resucitáramos a una nueva vida, una nueva oportunidad. Buscar ayuda con los niños, adolescentes o personas alrededor. Hace unos meses mi hijo menor tuvo una depresión, y fue muy duro, volver a hablar y responder a muchas preguntas , que se había hecho a través de su vida y no encontró la respuesta hasta que habló con su padre y conmigo. Al hablar con amor filial, y con el gran deseo de que superara esa situación, se liberó de suposiciones importantes que solo estaban en su mente y encontró solo amor para él en nuestro corazón. Dios siempre ha estado con nosotros. Y el Espíritu Santo ha sido un guía y un soplo de aliento siempre. Entender que en el sufrimiento se crece espiritualmente, si sabemos ofrecer nuestro dolor y ofreciéndonos, por la salvación de nuestras almas y de los que tanto amamos. Gracias padre Carlos Francisco por esta oportunidad, donde aún 35 años después, sin dolor, puedo ayudar a alguna persona que necesite ser escuchada y comprendida ante el duelo de un ser querido.

Con María todo sin ella nada

Liliana Benavides

Esta frase es un legado de nuestro querido Padre Félix de Jesús Rougier en su paso a la eternidad. ¿Qué nos quiso decir con respecto a María, madre de Jesús y madre nuestra?

María desde su «sí» a Dios, en la anunciación mostró ser una joven llena de fe. Creyó al ángel aquel anuncio, y en un acto de humildad aceptó colaborar con Dios en su plan de salvación de la humanidad, al enviar a su hijo como redentor, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Siendo Ella la madre del Salvador, se unió a este plan de amor, solidaria con Dios y con los hombres. Es la «Sierva del Señor».

Al pie de la Cruz, estaba María, y Jesús en su inmenso amor, despojándose de todo, nos entrega a su madre, como madre nuestra.

En mi condición de madre, puedo en compañía de ella, hacer un recorrido desde nuestra fe cristiana, del por qué es verdaderamente la «Madre nuestra». Sé que los hijos encuentran en el amor que les tenemos un refugio. Sobre todo, en los momentos especiales y dolorosos.

María la madre del hijo de Dios, es una madre de entrega generosa. Es para todas nosotras un modelo.

Para María, su tesoro es «Jesús», allí está su corazón; por eso el camino más seguro para encontrarlo y seguirlo, es ella.

Como en las bodas de Caná, María dice una palabra: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2, 5), nos muestra un hermoso programa de vida, es decir, nos señala a Jesús, nos conduce a Él, a su palabra, a su voluntad y a su sabiduría.

Al pie de la cruz, estaba ofreciéndose con amor al Hijo. Él la hace partícipe de su Amor Redentor y la convierte en madre de todos y cada uno.

Está de pie junto a nosotros en todas nuestras agonías, con la condición de que la acojamos como madre y la llevemos con nosotros, en nuestras vidas, como hizo San Juan.

María modelo de la Iglesia, nos enseña a vivir de acuerdo con el evangelio. En la meditación del Santo Rosario, nos acompaña a conocer y amar el misterio del amor de Dios por cada uno de nosotros. Cuando oramos está la Santísima Virgen orando con nosotros. En el rosario hacemos lo que hacía María, meditamos en nuestro corazón los misterios de Cristo. Solo Ella nos puede enseñar en unión con el Espíritu Santo a parecernos a Jesús. Como nos lo dice nuestra querida Concepción Cabrera de Armida: «¡Si en todos los hogares se rezara el rosario! Si todas las almas, con esa guirnalda de rosas coronáramos a María, ¡Cómo lloverían sobre nosotros las bendiciones del cielo! Cada vez que repetimos a la Santísima Virgen, que es llena de gracia, que es nuestra madre; que con Jesús es bendita; que no nos olvide y que ruegue por nosotros a la hora de nuestra muerte… ¡Estos son gemidos del alma que elevamos hasta la más pura de las vírgenes, a la más grande de todas las madres!»

María Madre de Jesús y de la Iglesia siempre como sierva y discípula del Señor; María protección y guía, María Madre y Maestra de cómo amar, seguir a Jesús y de cómo entregarlo al mundo; ¡Con María todo, sin Ella nada!