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Beata Concepción Cabrera de Armida

El Apostolado de la Cruz es la primera Obra que Jesús inspiró a la Beata Concepción Cabrera.



Concepción Cabrera de Armida

Conchita Cabrera nos ha legado un caudal que merece ser conocido y estudiado. Desde la trinchera del anonimato, emprendió́ con ardor su misión, la que ella creyó́ descubrir en su interior; esto la llevó a tener una vida sorprendente por todas las peripecias que tuvo que afrontar y las decisiones que tuvo que tomar: resiliencia es el sustantivo que mejor le podemos aplicar. Con esa capacidad pudo construir, paso a paso, con ayuda de otros y otras, una obra, desplegada en dos facetas: primero, las Obras de la Cruz, asociaciones de carácter religioso/apostólico para ayudar a los bautizados a vivir con intensidad y coherencia su vida cristiana; segundo sus escritos místicos, tan abundantes, variados, interesantes y profundos que viendo su obra en conjunto la calificamos de monumental. Finalmente, este conjunto de vida y obra generan un mensaje que podríamos de calificar de actual ya que se inserta en un tiempo en el que la humanidad vive más preguntas y camina con más incertidumbres, quizá́, que en otras épocas.

Muchas mujeres del siglo XXI podrán encontrar en ella un paradigma de empoderamiento ejecutivo y de resolución ante las adversidades en un universo que, por más discursos que tenga, sigue siendo misógino y discriminador hacia las hijas de Eva; y duele decirlo, aún más acentuado, quizá́, en ciertos sectores del catolicismo.

¿Pero quién era esta mujer?

Mujer mexicana, que nació a finales del siglo XIX, en San Luis Potosí. Esposa, madre de nueve hijos y fundadora de la Espiritualidad de la Cruz. Podemos encontrar en esta mujer asombrosa dos cosas: encarna perfectamente a esa esposa y madre ejemplar, que dedica su vida al cuidado de la vida domestica y es dechado de virtudes familiares, pero también, supo entrever en su vivencia personal, en su fe y práctica cristiana, una oportunidad para realizar una misión en la Iglesia que le hizo, también, sobrepasar a las mujeres de su tiempo, adelantar el papel del laico en las tareas apostólicas, dedicarse a lo que era su vocación: amar y escribir, y todo ello sin descuidar lo primero.


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