Mi Vida en Comunidad

Gissella Camacho Rodríguez

¿Cómo no responder al llamado de una madre quien te ama y desea que encuentres el camino que te lleva a Jesús? Mi mamá, Carmen Rodríguez, mujer enamorada del Apostolado de la Cruz, nos insistió a mi hermana y a mi participáramos en un retiro espiritual en la casa de las Hermanas de la Cruz ubicado en Los Ángeles de San Rafael de Heredia.

Este retiro llevaba el nombre de «La Eucaristía». Fue ahí donde mi corazón palpitó y sentí un llamado muy profundo que aún no entendía hacia donde me llevaba. Fue ahí, en ese bello lugar rodeado de una exuberante naturaleza donde se respira mucha paz y armonía, donde se nos acerca una de las coordinadoras invitándonos a formar parte de una nueva comunidad que ella quería iniciar en esa localidad. Con un poco de inseguridad acepté tal invitación.

Y, ¿cómo se llamó esa mi primera comunidad? «La Eucaristía», mismo nombre que llevó el retiro espiritual. Esa fue mi primera experiencia como miembro de una comunidad del Apostolado de la Cruz. Aquí inicia mi proceso de aprendizaje en la formación de una nueva vida espiritual, que yo había escuchado a mi mamá hablar, pero, que yo me decía que eso no era para mí.

Hubo muchos momentos en que dude si quería continuar en este caminar donde se nos hablaba del amor a la cruz y ofrecer el dolor con amor. ¿Qué me motivó a continuar y perseverar en esta comunidad?

Creo que hay muchos elementos importantes que uno como miembro de una comunidad nos ayudan a ser perseverantes y comprender y darle sentido a esta nueva forma de vivir nuestras vidas. Aprendí a distinguir entre llevar una religiosidad a mano de una espiritualidad en unión con un grupo de personas que forman parte de una nueva familia, que, tomados de la mano de Jesús, nos fuimos transformando en seres humanos mas maduros en la fe, y fuimos moldeando nuestras vidas con un objetivo mas definido en cuanto a la pregunta de porqué o para qué estamos en este mundo.

Después de esta comunidad que duró aproximadamente 8 años, pasé a ser coordinadora de otras dos comunidades. El pasar a ser coordinadora mi crecimiento se fortaleció aún más, con una gran satisfacción de poder llevar a otras personas todas aquellas enseñanzas que había recibido por tantos años. El sentir que podría ayudar a otras personas a encontrar este camino espiritual, que claramente nos guía hacia Jesús, y poner nuestro grano de arena en la extensión de su reino, vino a llenar

mi vida de una gran felicidad, pues ya mi vida tenía el rumbo que le daba un verdadero sentido a mi cotidiano vivir. Sin salirme de ser una simple mujer, esposa, madre de cuatro hijos y profesional. Pude llevar esta vida en comunidad y comprender que podía llevar a cabo todos mis roles de mujer, y a la vez con la luz del Espíritu Santo y de la mano de nuestra Madre María, comprender la misión que el Señor me pide como su hija: ayudar a salvar almas, tal y como nuestra madre Conchita nos enseña en sus escritos, hacer vida el evangelio de Cristo imitando su actitud y viviendo: la donación, la entrega desinteresada a los demás, la solidaridad, la caridad, el respeto, la corrección fraterna entre los miembros de la comunidad. Así podremos lograr esa ofrenda continua agradable a muestro Padre Dios, en busca del beneficio desinteresado a los demás, nuestra propia santificación y la salvación de nuestros hermanos. De ahí nuestro bello y significativo lema: JESUS SALVADOR DE LOS HOMBRES, SALVALOS, SALVALOS.



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