La solidaridad es una virtud porque a través de ella nos mostramos unidos a otras personas, compartiendo sus intereses, inquietudes y necesidades, sin necesariamente tener un lazo afectivo que los una. Es decir, la solidaridad es una virtud porque nos acerca a personas que necesitan bondad o una mano amiga en su vida.“¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que practicó con él la misericordia. Jesús le dijo: Pues anda y haz tú lo mismo.” Lc 10, 36-37.
“Solidaridad” una especie de comodín que permite quedar ante los demás como alguien bueno, humanista, filántropo, preocupado por el semejante. Comodín que, en realidad, muchas veces se utiliza de forma más bien calculada y difusa, haciendo referencia a la solidaridad sin profundizar demasiado en lo que se quiere decir con tal palabra. Seguro que todos hemos oído hablar de solidaridad a personas que son sólo solidarias con ellas mismas. Pero eso no les impide llenarse la boca con las palabras más adecuadas para quedar bien. Da la sensación de que la solidaridad hoy se entiende tan sólo como ofrecer una cierta ayuda. Quizá unas migajas de lo que nos sobre, o ni eso. Podemos llegar a reducirlo a un “Me gusta” en Facebook o a un retuit. O a un mensaje en WhatsApp. Una solidaridad de pacotilla, que se conforma con algo que ni siquiera se podría calificar de mínimo. Lo suficiente para quedarse a gusto en el sofá arreglando el mundo desde él.
La solidaridad es amor práctico. Es asumir los problemas y las dificultades del prójimo como propios. Es comunión, es unirse para decirle al otro: “no estás solo, yo estoy contigo y juntos avanzaremos”. No se trata, por tanto, de dar una cierta ayuda. Eso lo hace cualquiera. Muchas veces, reconozcámoslo, tan sólo para tranquilizar la conciencia. Pero la solidaridad que de verdad cambia las cosas es hacerse uno con el que sufre.
La etimología de esta palabra nos habla precisamente de eso: de cohesión, de solidez. Ante las necesidades del prójimo, por amor, recordémoslo, decidimos “cerrar filas” a su alrededor para formar una especie de conjunto sólido en el que unos miembros ayudan a los otros. El pegamento para esa unión es el amor.
A una escala más pequeña, es importante tener en cuenta que la familia debería ser también una escuela de solidaridad en la que el sufrimiento de uno lacerase a todos los miembros y estos se esforzaran por ayudar al que sufre. Es en la familia donde se aprende a poner en práctica el amor, donde se aprende a cuidar del otro.
Por el mero hecho de pertenecer a la especie humana deberíamos ser conscientes de la responsabilidad que adquirimos de cara a nuestros hermanos. Y ser cristianos nos debería impulsar más aún en esa responsabilidad. Sí, somos responsables de nuestros hermanos desfavorecidos. Tenemos el deber de ayudar a quien sufre. Si hemos aprendido en la familia esta lección, no será difícil ampliarla para alcanzar a toda la familia humana.
Si de verdad vemos al prójimo como un “otro yo”, si de verdad nos guía el amor, no queda más remedio que ser solidario con él.
Esmirna Vega Soto
Bibliografía:
www. Catholic.net
www. Católicos con acción/ Jorge Sáez Criado