Sacerdocio de Cristo
“Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios,
para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.” (Heb. 5,1) San Pablo nos dice, además: “Hay un solo mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (Tim. 2,5-6).
En estos dos pasajes encontramos la naturaleza y la función de todo sacerdote: ejercer una mediación y para ofrecer un sacrificio.
Esto se verifica admirablemente en Jesucristo. Él es el único Mediador entre Dios su Padre y los hombres.
El sacerdote es “santificado” o “consagrado” a fin de poder servir de intermediario entre Dios santísimo y los hombres.
Por el solo hecho de que en Jesús la divinidad y la humanidad se unen en la única persona del Hijo de Dios,
aparece ya como el perfecto mediador sacerdotal que supera infinitamente a los otros sacerdotes de la Antigua Ley.
“Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente”. (Jn. 10,18)
La espiritualidad de la Cruz nos enseña a vivir el Sacerdocio de Cristo por el ejercicio de las virtudes y por el ejercicio del amor.
Contempla tres características del amor sacerdotal; Comunicativo: El amor tiene que impulsarnos siempre a comunicarnos con los demás.
Activo: Es distinto al activismo, el activismo es desbordamiento en la acción. El amor activo es realizador,
efectivo, pleno en la caridad de Dios que se transmite al otro. Unitivo: Se tiende a la unión, no solo a la unión fraterna, sino a la unión con Dios,
a la unión con la Divinidad.
La esencia de la espiritualidad de la Cruz, consiste en vivir en la propia existencia la actitud de ofrenda sacerdotal que Jesús vivió toda su vida,
y cómo Él desea que se continúe su sacerdocio, oblación y sacrificio a través de esta espiritualidad.