Hacer duelo…

Melania Ortega Vindas

Mi testimonio

Hace 35 años tuve la experiencia más dura y triste de mi vida con la muerte de mi hijo. Quizás con los años que han pasado me he hecho más fuerte , pues he tenido la oportunidad de trabajar desde diferentes ángulos en mi vida espiritual.

 Nací en la costa Pacífica (de Costa Rica) y crecí ahí , luego, viví un tiempo en Heredia, otro en San José, y luego terminé mi primaria en Puntarenas. Cuando iba a entrar a la secundaria , me mandaron a vivir a Heredia con una hermana de mi madre que no tenía hijos; a los tres años de estar viviendo ahí, conocí a un joven herediano y me enamoré de él. Teníamos amigos comunes y coincidimos en la Universidad de Costa Rica donde estudiamos los dos. Tuve un largo noviazgo de 7 años con ese joven herediano; empezamos a ser novios en el baile de celebración de mis quince años. Él empezó la Universidad al año siguiente; fue un noviazgo de altos y bajos. Mi familia económicamente era menos fuerte que la de él. Sin embargo, resultamos ser parientes, frecuentábamos muchos amigos en común. Nos casamos cuando él tenía un año de trabajar como Ingeniero Mecánico en una empresa familiar; él tenía 24 años y yo 22; yo me gradué ese año de Maestra de preescolar. Tuvimos cinco hijos, tres mujeres y dos hombres. Siempre deseé ser mamá y Dios me concedió este gran deseo. Fue una gran alegría, cuando nació mi hija mayor, fue la primera nieta en las dos familias. Luego nuestra segunda hija tan inquieta que me acuerdo que comenzó a caminar a los siete meses. Y la tercera también, muy dulce, querendona y más tranquila, todas creciendo y haciéndonos muy felices. Mi esposo y yo deseábamos tener al menos cuatro hijos. Nuestra casa estaba llena de risas y de la alegría que dan los niños, y nosotros, muy ocupados cuidándolas mucho. Nuestra hija mayor nos ayudaba mucho y entre ellas jugaban mucho juntas. Nos animamos a pedir nuestro cuarto hijo, y para nuestra sorpresa nació el varón . Se llamó como mi marido, como el abuelo paterno y como el abuelo materno. Ese día fue de mucha alegría, tanto en la clínica donde lo tuve, como en ambas familias, ¡un día inolvidable! Apenas a los siete meses de haber nacido mi hijo varón quedé embarazada otra vez; ¡fue un susto!, yo esperaba a que el menor creciera, y por lo menos, tuvieran tres años de diferencia, como con los otros niños. Fue una gran sorpresa, por un embarazo tan rápido; es de las cosas maravillosas que me han pasado. Pienso que los hijos siempre son una bendición. Así que nos preparamos todos para la llegada de nuestro quinto hijo con mucha ilusión. 

¡Nació un varón! fue una alegría enorme ya que las tres hermanitas se acompañaban muy bien y ahora los dos varones también. 

Un día lluvioso de mayo, mientras le daba de mamar al más pequeño que tenía 40 días, mi niño mayor tuvo un accidente; descuidado momentáneamente por la muchacha que me lo cuidaba, murió. Tenía año y medio. Hacer este relato, me ha costado mucho sufrimiento, nunca había escrito acerca de este acontecimiento; lo hago por encargo de un sacerdote, quien cree que mi experiencia puede consolar a otras madres que han vivido experiencias como la mía. Quizás lo más difícil de ese día fue la lucha de desprenderme de nuestro hijo muerto; cuando el médico pediatra, amigo nuestro,  me lo quitó de los brazos, para poder seguir con los papeles legales de la defunción, me sentí como perdida, ¡me sentí como loca!; hay momentos que no recuerdo bien de la angustia que viví. 

Al día siguiente fue el funeral, fue muy difícil; lo velamos en nuestra casa, mi marido fue más fuerte que yo, él hizo todo lo que debía de hacer; mis hijas lloraron mucho, al igual que las abuelas y los tíos; fue realmente doloroso. Yo no sabía dónde estaba me sentía como un robot. Pasaron los nueve días, llena de visitas de gente que nos conocía, y nos quería, ¡fue muy conmovedor! Sin embargo, yo lloraba mucho, continuamente, y no recuerdo muchos detalles de esos meses. Recuerdo que le daba de mamar a mi bebé y que los ratos que pasaba con él eran mi fuerza. Luego sucedió algo que fue como un llamado a la cordura, así lo sentí, pues me hizo reaccionar, como debía: como a los seis meses de la muerte trágica de mi pequeño, mi segunda hija, que tenía 7 años y estaba en primer grado, después de llegar de escuela, se acercó a mi cama, donde yo estaba llorando, y me dijo brava y con autoridad: «mire mami ¡ya estoy cansada de verla llorar!, ¡vea a ver qué hace!, a usted se le murió un hijo y le quedan cuatro»,  y con su pequeña mano ¡enumeró que eran cuatro! ¡Me levante como un resorte! Y… ¡dejé de llorar! Fue como si me pusieran un cachiflín en el trasero; me levanté, y traté de no llorar, al menos donde ellos me vieran. 

De aquí en adelante no recuerdo muchos detalles, silencios largos con mi marido, ¡era como una guerra fría! Con mis hijos tratando de salir adelante, cuidando mucho a mi pequeño para que no le pasara nada; mis hijas también lo sobre protegían, fueron años duros y tiempo pasado que, al recordar, para mí, es muy fuerte, pues debía cumplir con todas mis obligaciones, cuidar de mis niñas, y de mi bebé, que crecía muy alegre y desenvuelto, gracias a Dios. 

Hoy por hoy mis hijas, son mujeres fuertes, muy buenas, profesionistas y amigas maravillosas. Mi hijo menor tiene ya 35 años y también es profesionista, buen hijo, trabajador y amoroso con todos. 

Hoy reflexiono y pienso que fui más mamá que esposa. Siento que mi matrimonio giro en el eje de la paternidad/maternidad más que en el esponsal. Mi marido sufrió tanto como todos. Él es más reservado con sus sentimientos, introvertido, pero siempre pendiente de todos, con autoridad, a veces muy recio, pero con un gran corazón. Nunca nos ha faltado nada, siempre nos sentamos a una mesa con comida, mis hijos fueron muy aplicados en sus estudios. Cada uno estudió la carrera que quería, una es médico, otra ingeniero, otra relacionista pública, especialista en eventos, y el menor también ingeniero. Cabe la pregunta: ¿qué he aprendido después de tanto sufrimiento?, primero que la vida puede cambiar en un momento. Nadie nos explica qué hacer, cómo proceder para que los niños mayores no sufran, y el menor que nació en una casa llena de alegría, creció en una casa de duelo sin su hermanito del que hablaban y no conoció. Y ¿quién tuvo la culpa? Yo que me confié, pensé que la empleada lo cuidaría y le daría la atención que un niño de esa edad necesita; también, mi niña pequeña, por varios años tuvo un sentimiento de culpa, tuvo que enfrentar su tratamiento psicológico, y logramos que se librara del peso que sentía . Toda la familia fue afectada psicológicamente y cada uno luchó por salir adelante. ¡No estuvimos solos! Las abuelitas, con su fe y confianza en Dios ¡nos ayudaron! Los tíos también, el amor de las dos familias se desbordó, para aceptar la voluntad de Dios. También tuvimos amigos buenos que nos hablaban y nos ayudaron con mucho amor. La palabra clave para recuperarnos fue el Amor. Lo que más me ha costado, ha sido la relación con mi marido. Tuve mucha ira, ataques de celos, inseguridades. Él se enfiestaba, con sus amigos y amigas , eso le ayudaba quizás olvidar y a mantener su equilibrio, yo seguía sin entender y aceptar muchas cosas. Nuestra relación tuvo, aun así, momentos que él propiciaba, donde planeamos compartir juntos como pareja o con los niños en diferentes etapas de la vida. Viajamos solos y con los niños, llenos de ilusión, celebrando sus cumpleaños; teníamos nuestros paseos familiares, que aún hoy recordamos con mucho cariño. Ahora que reflexiono, puedo asegurar que hemos sido una familia muy bendecida y llena de cariño. He de confesar que con los años siempre tenía pensamientos de culpa, en medio de mis responsabilidades, tratando de que mis cuatro hijos crecieran sanos de cuerpo, de espíritu y felices. Como todas las familias, hemos tenido nuestros problemas, pero considero que la gran bendición es que ambos, mi marido y yo, crecimos educados en la fe. Mi madre ha sido un ángel lleno de luz en mi vida, además de una gran amiga, quien con sus sabios consejos me ayudó mucho a alinearme y ubicarme donde debía. Y ¿qué pasó para poder superar mi dolor y el vacío que esto trajo a mi vida? ¡Me congregue! ¡Busque a Dios! Pasé por varias búsquedas, sobre todo para encontrar respuestas a mis preguntas. También tuve una temporada en la que me enfiesté, y empecé a salir con amigas. Eso no duró mucho, mi mamá me jaló las orejas, pues no era un buen ejemplo para mis hijos. Tuve varios tratamientos psicológicos, que me ayudaron a comprender algunas cosas, hasta que llegué ¡a las obras de la Cruz! Mi preparación cristiana y católica desde mi adolescencia, fue importante; realicé encuentros de promoción juvenil, de casada hice la jornada, ayudaba en diferentes actividades. Cuando me casé me retiré un poco, de la vida de la Iglesia, pensando en mis deberes de esposa, madre y la parte social. Es importante reconocer que tenemos nuestro camino escrito de la mano de Dios , desde que somos bautizados. Sin embargo, siempre tenía esa gran angustia que me provocaba ser tan iracunda. Yo sabía que eso no era de Dios. Llegué a ser violenta y agresora, y por cosas de la vida (o de Dios), recibí un curso enviado por la Corte de Justicia, amparando a la ley de violencia doméstica que se llamó: «Crecimiento personal y autoestima», fue un curso grupal. Ahí comprendí muchas cosas de mí misma. Al congregarme y recibir los cursos que impartían los Misioneros del Espíritu Santo, recibirlos, aprender sobre la Biblia, las cartas Paulinas, y sobre todo, conocer de Conchita, quien era una laica, muy sabia quien también pasó por la muerte de sus hijos y más bien se volvió más santa, me llenó de ilusión y mucha esperanza. 

Cuando aprendí la consagración al Espíritu Santo, entendí la importancia de la transformación que Jesús hizo en mi vida, también ingresé a mi comunidad donde desde hace casi catorce años tengo un grupo de hermanas maravillosas, que nos apoyamos unas a otras en las diferentes etapas de nuestra vida. 

¿Qué podemos hacer ante un duelo? Primero hablar con los seres más queridos sobre los sentimientos y emociones que surgen de nuestro corazón quebrantado. Analizar ¿para qué pasan estas cosas?, quizás tengamos respuestas sorprendentes, de nosotros mismos, y no preguntemos ¿por qué? Aceptar la voluntad de Dios con paz y desapegándonos de todo eso que no es de Dios. Esto es fácil decirlo pero, difícil sobreponerse y salir adelante, como si resucitáramos a una nueva vida, una nueva oportunidad. Buscar ayuda con los niños, adolescentes o personas alrededor. Hace unos meses mi hijo menor tuvo una depresión, y fue muy duro, volver a hablar y responder a muchas preguntas , que se había hecho a través de su vida y no encontró la respuesta hasta que habló con su padre y conmigo. Al hablar con amor filial, y con el gran deseo de que superara esa situación, se liberó de suposiciones importantes que solo estaban en su mente y encontró solo amor para él en nuestro corazón. Dios siempre ha estado con nosotros. Y el Espíritu Santo ha sido un guía y un soplo de aliento siempre. Entender que en el sufrimiento se crece espiritualmente, si sabemos ofrecer nuestro dolor y ofreciéndonos, por la salvación de nuestras almas y de los que tanto amamos. Gracias padre Carlos Francisco por esta oportunidad, donde aún 35 años después, sin dolor, puedo ayudar a alguna persona que necesite ser escuchada y comprendida ante el duelo de un ser querido.



4 respuestas a «Hacer duelo…»

  1. Bello testimonio. Muchas gracias por compartirlo y dar luz de como un acto por más doloroso que sea, si se acompaña con el Amor de Dios, nos da paz, esperanza y salvación.

  2. Conozco a Melania, es mi amiga del alma. Leer en un solo resumen y tan bien descrito lo que en diferentes ocasiones hemos compartido, fue no solo revivir los recuerdos pero también saborear la gracia de la sanación que viene De Dios. Tu historia y crecimiento tocará muchos corazones y serás luz para otras mamás que han tenido que abrazar una cruz tan fuete. Gracias Meli, gracias porque a mi también me das fe y esperanza. Gracias por abrir tu corazón por amor y bien de otros. Bendiciones.

  3. Muchas gracias doña Melania, por abrir su interior y compartir con nosotros este testimonio que ha de ser luz para muchas personas.

  4. La felicito por el valor y coraje que ha tenido toda su vida y que Dios está con usted. Ser madre no es fácil y madre con hijos que tiene. Sus complicaciones más pero Dios es la clave para vivir mejor. Que Dios y la Virgen la sigan bendiciendo y más con esa madre yo tengo una que no para de orar por mi y mi familia. Y eso me ha ayudado demasiado un abrazo y que Dios la siga guiando

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